Estado de excepción · 3 de agosto de 2011

Son las dos de la madrugada. Un helicóptero sobrevuela una y otra vez el centro de la ciudad. En todas las calles que desembocan en Sol hay antidisturbios; en todas, con excepción de Mayor, son antidisturbios que vigilan espacios absolutamente vacíos, por donde no pasa nadie ni se asoma nadie salvo algún turista que no entiende lo que ocurre y retrocede. Ejecutan las órdenes del Ministerio del Interior del Partido Socialista, que el martes 2 de agosto, cansado de limitarse a hacer el trabajo sucio de la derecha, decidió ir más lejos y convertirse en vanguardia del fascismo.

He dicho bien. He dicho vanguardia del fascismo y lo repito; porque no se puede llamar de otra forma a la decisión de cerrar todos los accesos a la Puerta del Sol, a todos los ciudadanos, sin distinción alguna. También una y otra vez, pero no en el cielo sino bajo tierra, la megafonía del Metro de Madrid repetía a las ocho de la tarde: «Por orden de la Delegación del Gobierno, ningún tren efectuará parada... » Y la frase seguía, mecánica, casi militar, ante el asombro de los viajeros, que no habían oído nada parecido desde que Francisco Franco se mudó a Cuelgamuros y sus herederos y los buenos socialistas de Suresnes crearon este engendro que llaman democracia y no lo es.

La jornada de ayer tendrá consecuencias. Ya no hay duda de que nos encontramos en un estado de excepción limitado, pero estado de excepción al fin: detención preventiva, limitación de la libre circulación, limitación de la libertad de expresión, limitación del derecho de reunión en lugares de tránsito público, limitación del derecho a manifestarse. Dentro de poco, si seguimos con el proyecto de convocar huelgas generales, también habrá limitación del derecho a huelga; sobre todo, si las convocamos sin los sindicatos del régimen. Y en cuanto a la prohibición de secuestrar medios y la violación del secreto de las comunicaciones, no se puede negar que han avanzado mucho.

Pero Madrid ha despertado por donde dijo el poeta: «Madrid, frunciendo el ceño, había eliminado al señorito y podía sonreír otra vez.» Cuando sus calles gritan No pasarán es porque están decididas a llegar hasta las últimas consecuencias de ese grito. Nos querían fuera de Sol para hacer sitio al Papa. Bien, nos tienen fuera de Sol. Concretamente, nos tienen en todas partes. Esta noche hemos recorrido la Gran Vía, Alcalá, el Paseo del Prado y la calle Atocha antes de volver al punto de partida y acampar en la Plaza Mayor. Mañana recorreremos lo que nos dé la gana, nos disolveremos cuando nos dé la gana y acamparemos donde nos dé la gana por mucho que El País afirme: «eran 5.000». Pues qué 5.000. Capaces de burlar a cientos de policías durante horas. Capaces de tomar la ciudad entera. Ya verán cuando seamos 5.001.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/